domingo, 22 de marzo de 2009

Tomado de La Jiribilla (Habana)

Entrevista con el trovador Silvio Rodríguez:
Mi compromiso se convirtió en una razón de ser


Pedro de la Hoz

Desde que con aspecto de adolescente apareció con una guitarra en un casi
olvidado programa de la televisión hasta los conciertos multitudinarios más
recientes en diversas plazas del mundo, Silvio Rodríguez (San Antonio de los
Baños, 29 de noviembre de 1946) ha sido consecuente en sus cantos y sus
actos.

Renovador de la trova hacia el final de la década de los 60 junto a Pablo
Milanés y Noel Nicola, su obra ha dejado una huella indeleble en la banda
sonora de la vida de muchos cubanos y otros tantos jóvenes y no tan jóvenes
en Iberoamérica. Entre sus numerosos reconocimientos se halla el Premio
Nacional de Música 2004.

En aras de la precisión, Silvio prefirió acceder a esta entrevista por
escrito. He aquí sus respuestas.
¿Guarda entre sus recuerdos el primero de enero de 1959?

En los años 50 mi padre, mi padrino y yo, en la colina universitaria, vimos
a la policía de Batista cargar contra los jóvenes que bajaban con una
bandera cubana desplegada. El 13 de marzo de 1956 mi abuela Isabel me sacó
de mi escuela bajo una recia balacera. Por entonces, junto a mi familia,
escuchaba Radio Rebelde en casa de la tía Nena, que vivía frente al
Capitolio. Todo nuestro barrio de San Miguel y Gervasio sabía que en la
panadería de enfrente se vendían bonos del 26 de julio. Un hijo de mi
maestra de primaria, la doctora Josefa Torres, estaba alzado en la Sierra
Maestra. Un año antes del primero de enero, los soldaditos de goma con que
jugaba con mis amigos estaban divididos en casquitos y en rebeldes. Una de
aquellas figuritas tenía una Thompson y era el Che Guevara.
¿Cómo no recordar el primero de enero de 1959?

¿Puede evocar cómo transcurrió ese día para usted y su familia?

Acababa de cumplir 12 años y me es inevitable evocar también el poema del
Indio Naborí, que comienza describiendo la mañana del 1º de enero con versos
realistas ?porque fue un día de cielo muy azul, especialmente luminoso. Mi
madre, mi hermana María y yo habíamos ido a pasar aquel fin de año a casa de
mis abuelos, que quedaba en el barrio de La Loma, en la calle Caridad número
12, a unos metros del placer de pelota de San Antonio de los Baños. Aquella
mañana, desde temprano, la casa se llenó de trasiegos, porque había empezado
a circular la noticia de que Batista se había ido y había una huelga
general. Se pedía a los ciudadanos que se mantuvieran en sus casas, pero el
júbilo era incontrolable. Los que no se lanzaron a la calle, cosa que para
mí estaba vedada por la edad, pasamos el día pegados a la radio. Por la
tarde mi abuelo decidió que no regresáramos a La Habana hasta que no se
definiera la situación, así que nos quedamos en el pueblo un par de días más
de lo previsto. Aquellos días agregados a las vacaciones de fin de año
fueron el primer beneficio que me hizo la Revolución, y los empleé en
reintegrarme a la pandilla de ripiosos con la que andaba y en seguir
explorando el monte y el río de mi pueblo.

¿En qué medida las transformaciones revolucionarias del país tuvieron que
ver con su iniciación en la música y con su obra como trovador?

El gusto por la música me llega por mi familia materna, que es especialmente
musical; yo desde pequeño mostraba vocación. La guitarra y las canciones sí
aparecieron cuando era un adolescente. Como muchos otros jóvenes, participé
de los cambios que proponía la Revolución. Así que el origen de algunos de
mis temas y enfoques habría que buscarlos en la Historia de Cuba de la
década del 60 ?cuando yo hacía el tránsito de niño a hombre. De por entonces
tengo mucha memoria de sucesos que concientizaban, incluso a los menores:
diferentes tipos de agresiones, tiendas quemadas, bombas, propaganda
contrarrevolucionaria, avionetas que pasaban tiroteando. Durante una buena
cantidad de años los días y las noches eran un espectáculo encendido, muchas
veces estremecedor. El país prácticamente vivía en las trincheras. Cuando la
invasión por Girón me integré a las milicias estudiantiles y tocaba puertas,
pidiendo latas para los que combatían. Poco después empezó la Campaña de
Alfabetización, en la que participé con entusiasmo. Gracias a eso conocí la
realidad de nuestros campos ?y que los alzados asesinaban niños
alfabetizadores. La madrugada de octubre del 62 en que los aviones
norteamericanos sobrevolaron la Isla con cargas nucleares, yo hacía guardia
de dos a cuatro en la puerta del semanario Mella (Desagüe 110), con un
máuser de la Primera Guerra Mundial. Los dirigentes llegaron de una reunión
con Fidel y allí en la puerta dijeron que posiblemente al amanecer sería el
ataque. Aquella noche también la recuerdo muy nítidamente, porque había una
luna llena idéntica a las de las películas de misterio. Dos años más tarde
estuve entre los que inauguraron el Servicio Militar Obligatorio, cuyas
primeras experiencias fueron duras. Entre las cosas interesantes que viví
por entonces estuvo conocer a Vilo Acuña y a algunos combatientes que
estuvieron con el Che en África. También conocí, de lejos, a Raúl Díaz
Argüelles ?que caería en Angola?, y a otros militares que iban a ser jefes
durante mi experiencia por aquellas tierras, diez años después.

¿Cuándo empezó a componer canciones?

Vivencias así eran mi memoria a corto plazo y mi historia latente cuando en
1965 empecé a hacer canciones con regularidad. En 1967 ya tenía un puñado y
tuve la suerte de que Mario Romeu se fijara en mí y me llevara a la
televisión. Hasta ese momento mi relación con la sociedad había sido más
bien armónica y los problemas que empezaron a surgir entre luces y cámaras
me sorprendieron y me deprimieron. Inmediatamente, por dignidad, reaccioné y
mis canciones iniciaron una especie de diálogo más complejo con lo que me
rodeaba. Creo que aquello consolidó mis características como trovador y que
a partir de entonces, y gracias a aquellas contradicciones, se ahondó mi
compromiso con lo que hacía, al punto en que se convirtió en una razón de
ser. Desde entonces todo lo que me ha pasado, para bien y para regular, ha
seguido enriqueciendo mi trabajo-vida. Mucho me han servido mis avatares
personales, pero más las venturas y desventuras de esta sociedad en la que
he escogido vivir.

¿Cómo cree usted que la hostilidad de Estados Unidos contra la Revolución
cubana ha influido en el desarrollo y proyección de nuestra música?

Me parece peregrino calcular en qué medida y en cuántas direcciones fuéramos
diferentes si ese país poderoso y vecino nos hubiera tratado ?siquiera? con
tolerancia. Creo que de cualquier forma la Revolución hubiera desarrollado
la educación y las escuelas de arte, como estaba en sus planes e hizo. Quizá
en el terreno de la música hubiéramos alcanzado aún más desarrollo, por la
facilidad de intercambio y por no tener restricciones al acceso de nuevas
tecnologías. No conozco un estudio ?puede ser interesante que se haga? del
impacto de la hostilidad y el bloqueo en la música cubana. Como músico
individual, o más bien como aspirante, recuerdo que en los años de mis
comienzos era prácticamente imposible conseguir ya no un instrumento sino un
humilde jueguito de cuerdas. Cierta vez conté cómo tuvimos que grabar la
canción "Cuba va" con un contrabajo que en vez de cuerdas llevaba cables de
teléfono. Aquellas limitaciones nos hacían razonar que era más importante
tener imaginación para hacer música que buenos instrumentos para ejecutarla.
Aunque eso sea cierto, en nuestro caso ese es un razonamiento desesperado,
producto de las limitaciones que nos ha impuesto el bloqueo de los
gobernantes norteamericanos ?que no es, como ellos dicen, contra el gobierno
cubano sino también contra todo el que vive y contra todo lo que sucede en
Cuba. Claro que tantas acciones contra nuestro país no solo nos han creado
problemas: también nos ha identificado con la mayoría, con nuestros iguales,
porque formamos parte del sur de América y del sur del mundo. Un mundo, por
cierto, en el que las sonoridades cubanas siempre han corrido buena suerte.

¿Sería oportuno recordar cómo ese sonido cubano había comenzado a expandirse
desde mucho antes?

Recordemos que en el siglo XIX, a la vez que comenzaban a cuajar nuestras
características como pueblo, la habanera empezó a viajar y a ejercer su
fascinación. A principios del siglo XX Miguel Matamoros y su trío divulgaron
internacionalmente el son y la canción. Después Lecuona, desde el cine,
siguió prestigiando la huella cubana y, poco después, Pérez Prado
universalizó el mambo. Por entonces despuntaba Beny Moré, otro gran
proyector de nuestra música. En los años 50, Jorrín, el chachachá y las
canciones de amor del filin, en forma de boleros, le dieron la vuelta al
mundo. O sea que cuando triunfó la Revolución la música cubana ya tenía
resonancias incuestionables. Entonces lanzaron el mito de que lo mejor de
Cuba se había ido. Pero la verdad fue que la secuencia de nuestra música
continuó invitándonos a la creación y una vez más hubo continuidad ?ese
fenómeno que a veces es analógico y otras se pelea con la tradición. La gran
diferencia con el pasado consistió en que ?gracias a los planes de enseñanza
y a la creación de las escuelas de arte?, el traspaso de conocimientos, que
antes ocurría por privilegios de clase o por albur, se masificó, se
sistematizó y se convirtió en torrente.

¿Entonces pudiera decirse que la nueva realidad favoreció la emergencia de
nuevas contribuciones en la música?

Cuba es un país de talento musical congénito, pero hubo un gran salto de
excelencia con la proliferación de las escuelas. Aún así algunos medios,
prensa y libros del exterior de Cuba, porfiados en no reconocerle logros a
la Revolución, tergiversaron ese salto. Ese estigma ha dado lugar a que
durante décadas músicos de aquí ?y música hecha aquí? hayan sido segregados
de concursos, festivales y otros eventos. En años recientes fue muy obvia la
hostilidad, a partir de la manipulación política de eventos internacionales
que fueron mudados a la ciudad de Miami. Otro aspecto en que el bloqueo nos
ha hecho daño es en el de los derechos autorales. Calculan que en los
Estados Unidos hay millones que pertenecen a Cuba, sólo por la Guantanamera
de Joseíto Fernández. Tampoco permiten que los músicos cubanos residentes en
su propio país reciban honorarios por actuar en los Estados Unidos. La
precaria industria musical cubana tiene que hacer malabares para adquirir
insumos, gracias al acoso del bloqueo. Pero ya se sabe que esas leyes no nos
dejan comprar alimentos ni nada, incluso cuando un huracán nos destroza el
país. Lamentablemente, también hay que reconocer que la poca valoración de
nuestros progresos a veces la practicamos nosotros mismos. No hace mucho un
dirigente latinoamericano me dijo que quería estudiar y poner en práctica en
su país la experiencia cubana en enseñanza artística. Me preguntó si
teníamos algún manual, algún libro, algún documental, materiales que
recogieran esas prácticas y las explicaran. Cuando llegué a Cuba y pregunté,
descubrí que eso no existe. Es absurdo que no tengamos registros
documentales del beneficio que ha representado para nuestra cultura la
enseñanza artística.

Usted cantó El necio en Santiago de Cuba, 1991, en los días del Congreso del
Partido, antes de que el país se sumiera en la crisis de esa década.
¿Suscribiría nuevamente aquella declaración de principios? ¿Cree que "la
necedad" se ha multiplicado, para bien, entre nosotros?

No es la primera vez que en momentos de crisis (que son a menudo) un
periodista me pregunta si mantengo mi postura anterior. Por los días en que
escribí El necio también me pasó. Esa canción es de cuando el derrumbe del
campo socialista. Muchos habíamos invertido la vida, o buena parte de ella,
creyendo y defendiendo que el socialismo es una sociedad más justa y que por
lo tanto no debería fracasar. Los que vivíamos aquí confiábamos en que el
nuestro era mejor que otros socialismos conocidos, aunque también distaba de
ser perfecto. En aquellos días apocalípticos hubo quien entendió que se
acababa todo, incluso la Historia. El necio fue como decir: bien, puede que
se haya terminado La Historia con mayúsculas, pero esta mía, aunque sea
mínima, todavía respira y me da la gana de defenderla. Aún así, ante la
debacle del socialismo universal no esperaba que asumiéramos una posición
numantina sino una flexibilidad sincera que, a la vez, garantizara nuestros
logros sociales. Gracias a lo acontecido posteriormente, hoy por hoy quizá
existan varios tipos de "necios". "Necio", a su manera, también pudiera ser
el joven que no entiende la pelea histórica de su país, un diferendo que
heredó por haber nacido aquí y que desde su perspectiva le ha sido impuesto
por la suerte. Ese joven que no asume los puntos de vista de sus padres y
abuelos, que dice: esta no es mi bronca y se hace de una balsa y se lanza al
mar ?o sencillamente busca la forma de emigrar?, también es una suerte de
"necio". Al menos así lo entiendo yo, aunque personalmente, por vivencias y
manera de procesar la información, me sienta más cercano al tipo de "necio"
que alude la canción. Todo el que se juega la existencia por una forma de
pensar es un "necio" ?lo que por supuesto no niega que unas "necedades"
parezcan más necesarias que otras, según se mire.

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