■ Cada vez más oscuro
Es imposible negarlo: México está en una etapa avanzada de decadencia. Todos los índices de la vida social y económica están a la baja. El sistema político está perdiendo confianza y cohesión. La sociedad está polarizada, crecen la desigualdad y la inseguridad. La costosa y lenta democratización ha naufragado. Lo peor es que todos los síntomas tienden a empeorar sin que aparezca todavía el factor que puede lograr la recuperación.
Los análisis sobre la circunstancia mexicana se refieren a la coyuntura. Se atribuye a la recesión estadunidense el agravamiento de nuestros problemas económicos. Se dice que la macroeconomía absorbe bien el impacto externo. Pero en el fondo todos sabemos que la inflación, la carestía, el desempleo y la amenaza de una crisis agrícola son fruto de decisiones mal tomadas en los últimos 25 años y de la ausencia de un cambio oportuno del rumbo.
Uno puede pensar que el gobierno de Calderón está atrapado por los factores que le permitieron llegar: el chantaje del PRI, los compromisos con los grupos de interés e incluso pensar que es Calderón y su mediocre equipo el que está generando la sensación general de pérdida y de peligro. Pero la imposición de Calderón y su debilidad son producto de una evolución negativa de hace medio siglo y que hoy parece irrefrenable.
Hay quien piensa que el desastre de la seguridad pública es producto de la mala organización de los cuerpos de seguridad y del Poder Judicial. O bien que el “descuido” hacia el crecimiento de la delincuencia de los regímenes del pasado es una herencia negativa. Todo esto es una verdad a medias. Los signos de nuestra decadencia se han incubado en décadas. Si uno busca un factor que explique todo el fenómeno, la respuesta es obvia y contundente: la corrupción, entendida como alterar, envenenar o depravar. La corrupción y su correlato, la impunidad, se han convertido con el paso del tiempo en parte sustancial de la vida mexicana. Es producto de la conducta irresponsable de las elites. Ellas por egoístas y ciegas han impedido que el país, pletórico de recursos, con una población creativa y trabajadora no pueda salir adelante.
Espero que los “comunicadores” del régimen no me acusen de catastrofista por escribir esto. Que no digan que estoy insinuando la necesidad de derrocar a Calderón. No podemos, ni debemos apostar al colapso de este gobierno por más débil y malo que sea. Tendremos que levantar la mira y observar el futuro y sus oportunidades. Pero mientras no encaremos el significado y la importancia decisiva de la corrupción y la impunidad no podremos salir del atrapamiento.
José Agustín Ortiz PinchettiEs imposible negarlo: México está en una etapa avanzada de decadencia. Todos los índices de la vida social y económica están a la baja. El sistema político está perdiendo confianza y cohesión. La sociedad está polarizada, crecen la desigualdad y la inseguridad. La costosa y lenta democratización ha naufragado. Lo peor es que todos los síntomas tienden a empeorar sin que aparezca todavía el factor que puede lograr la recuperación.
Los análisis sobre la circunstancia mexicana se refieren a la coyuntura. Se atribuye a la recesión estadunidense el agravamiento de nuestros problemas económicos. Se dice que la macroeconomía absorbe bien el impacto externo. Pero en el fondo todos sabemos que la inflación, la carestía, el desempleo y la amenaza de una crisis agrícola son fruto de decisiones mal tomadas en los últimos 25 años y de la ausencia de un cambio oportuno del rumbo.
Uno puede pensar que el gobierno de Calderón está atrapado por los factores que le permitieron llegar: el chantaje del PRI, los compromisos con los grupos de interés e incluso pensar que es Calderón y su mediocre equipo el que está generando la sensación general de pérdida y de peligro. Pero la imposición de Calderón y su debilidad son producto de una evolución negativa de hace medio siglo y que hoy parece irrefrenable.
Hay quien piensa que el desastre de la seguridad pública es producto de la mala organización de los cuerpos de seguridad y del Poder Judicial. O bien que el “descuido” hacia el crecimiento de la delincuencia de los regímenes del pasado es una herencia negativa. Todo esto es una verdad a medias. Los signos de nuestra decadencia se han incubado en décadas. Si uno busca un factor que explique todo el fenómeno, la respuesta es obvia y contundente: la corrupción, entendida como alterar, envenenar o depravar. La corrupción y su correlato, la impunidad, se han convertido con el paso del tiempo en parte sustancial de la vida mexicana. Es producto de la conducta irresponsable de las elites. Ellas por egoístas y ciegas han impedido que el país, pletórico de recursos, con una población creativa y trabajadora no pueda salir adelante.
Espero que los “comunicadores” del régimen no me acusen de catastrofista por escribir esto. Que no digan que estoy insinuando la necesidad de derrocar a Calderón. No podemos, ni debemos apostar al colapso de este gobierno por más débil y malo que sea. Tendremos que levantar la mira y observar el futuro y sus oportunidades. Pero mientras no encaremos el significado y la importancia decisiva de la corrupción y la impunidad no podremos salir del atrapamiento.
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